miércoles, 28 de mayo de 2014

martes, 27 de mayo de 2014

Infancia.

Mis sobrinos me han pedido esta tarde que les cuente un cuento de los bonitos. Me he quedado unos segundos en silencio, sin saber muy bien cómo empezar. La historia más bonita que conozco es la que ocultaban aquellas manos llenas de restos de pintura y tierra. Las de ella. Se fue un día, prefiero no recordar cuándo. Me pone triste pensar en los finales. Se marchó llena de arrugas en el alma, como si el tiempo le hubiese marcado la belleza con tinta permanente. Le escribo ahora, cuando ya no puede oírme. Cuando su inocente sonrisa forma parte de fotografías que no miro por si la nostalgia me duele demasiado. Yo nunca he creído en el cielo. No creo en Dios tampoco, y no es fácil. Porque sé que ella creó un paraíso en sus brazos, y cada vez que me encerraban yo olvidaba lo que era el miedo. Y es que el amor es algo que aprendí de ella. Que no es que la quisiera, es que ella estaba en todo lo que he querido desde entonces. No supe decírselo, y ahora es tarde. Ahora los sentimientos no me caben en un cajón en el que sólo quedan algunos envoltorios de los dulces que me regalaba. Es difícil asumir que el amor no siempre puede salvar a las personas, que al convertirse en adultos una parte de ellos muere irremediablemente. Que una vez hizo sol, mientras tú te mojabas bajo aquellas lágrimas que derramaste a escondidas. Ella se fue, y lo que queda, a veces, simplemente me parece que sobra. Que hay un vacío que va a quedarse ahí siempre, como una carta dirigida a una dirección que ya no existe.




lunes, 26 de mayo de 2014

Tinta de domingo.

Nunca sé si sabré si el paso del tiempo le vuelve a uno más sabio, o sólo más exigente a la hora de elegir a las personas que forman parte de su vida. Un buen amigo me dijo una vez que los seres humanos podemos cambiar por dos razones: Porque aprendimos demasiado, o porque sufrimos lo suficiente. Resulta bastante ingenuo, incluso algo prepotente, pensar que somos capaces de hacer cambiar a alguien, y con cambiar no me refiero a una opinión puntual o a conseguir que ceda en determinadas ocasiones ante situaciones más o menos relevantes…me refiero a la esencia de la persona en sí, a lo que hace que sea exactamente como es y te repugne o te enamore por ello. Hay personas que pasan por nuestra vida totalmente desapercibidas, y por mucho que se empeñen jamás conseguirán llegar a traspasar ni un milímetro de nuestra piel. En cambio hay otras que en ocasiones nos ponen los pelos de punta, cuya esencia a veces llega incluso a desnudarnos el alma sin apenas darse cuenta. Y pueden transcurrir días, semanas, meses, que dará igual, cada vez que se crucen en nuestro camino la sensación con la que nos quedemos será la misma. Por eso siempre he sido de la opinión de que cuando sientes que alguien no te aporta nada bueno lo mejor es apartarse, dejarle ir. No importa que forme parte de tu pasado, existen motivos más o menos definidos para que no esté en tu presente, ni en tu futuro. Pero cuando sientes que alguien realmente merece la pena, que de alguna manera te llena cada vez que está a tu lado, que te gusta tenerle en tu vida, aunque el momento sea caótico y no tengas motivos demasiado racionales hay que hacer un esfuerzo por mantenerlo hasta que el viento cambie de sentido, y sople con la suficiente fuerza como para arrastrar consigo todo ese caos y conseguir hacer que te aclares y que cada persona ocupe el sitio que le corresponde. Al fin y al cabo, los aviones para despegar necesitan ir siempre en contra del viento, pero cuando lo consiguen, llegan a tocar el cielo.


jueves, 22 de mayo de 2014

Puzzles. In English, please.

Cuando era pequeña en el colegio me aconsejaban hacer recortables y puzles para trabajar mi lateralidad cruzada. Lo de los recortables nunca me gustó, recuerdo que siempre convencía a mi madre para que me los hiciera ella con la excusa de que con mis tijeras para zurdos sabía recortar perfectamente y no me hacía falta practicar. Pero los puzles me parecían más entretenidos. No me gustaba mirar la solución más de una única vez, antes de empezar. Es como mirar al futuro, como estar pendiente de lo que todavía no ha sucedido y tratar de echar a correr cuando apenas estás empezando a gatear, no sé. Está claro que no tienen por qué faltarte piezas, pero la incertidumbre de que permanezcan descoloradas y de descubrir cuál será finalmente su destino genera en uno mismo una sensación de desconcierto mucho más emocionante que el estar constantemente pendiente del resultado final. Y cuando acabas, y por fin lo ves todo en su sitio, resulta reconfortante, gratificante...durante los primeros minutos. Luego ya no sirve para nada, lo mejor es desordenar de nuevo las piezas, volverlas a guardar en la caja, y esperar al siguiente. Poco a poco los puzles fueron teniendo cada vez más y más colores, y formas, y dibujos, y tamaños...Llegó un momento en el que resultaba muy difícil conseguir terminarlos sin echar un vistazo a la tapa, de vez en cuando. Creo que fue a partir de aquella Torre Eiffel de tres dimensiones, con la que era inevitable estar pendiente de las instrucciones y tener que pensar tras colocar cada pieza en cómo y dónde habías colocado la anterior, y cuál podría ser la siguiente. Al terminarla fui incapaz de desordenarlo y volver a guardarlo de nuevo en la caja. Creo que fue a partir de entonces, cuando me dejaron de gustar los puzzles.


lunes, 19 de mayo de 2014

Tinta de Domingo.

Todo ser humano, en algún momento de su vida, necesita que alguien le de un empujón. A veces no es cuestión de complicarse mucho. A veces sólo necesitas que alguien te diga "Eh, tranquila. No eres la mujer perfecta, ni tienes por qué serlo". Y con eso ya tiras para delante. Yo no busco nada, sólo espero que alguien me encuentre. Que me encuentre y que me diga que existen caminos de margaritas de pétalos impares y corazones que no están hechos solamente de papel Pinocho. Alguien que me desmonte con la mirada y que me haga reír con los hoyuelos de su sonrisa. Que le encuentre atractivo a la noche y no se empeñe en madrugar los domingos por la mañana, que sueñe mucho y duerma poco, pero que cuando lo haga sea tan pacíficamente que tenga que buscarle el pulso. Alguien que me haga sentir grande, y a la vez pequeña. Que entienda y que valore la belleza íntegra y natural de un "te quiero en mi vida" sin agobiarse con etiquetas absurdas que no van a ninguna parte. Alguien que haya sufrido. Que entienda el sufrimiento hasta tal punto en el que sin decir nada me mire y sepa quién soy yo, y lo que siento. Que lo acepte, que me respete, que no me tome por loca ni por rara y que no intente cambiarme ni borrar mis cicatrices.
Esa persona.
Hay más de siete mil millones ahí afuera.
Pero imagino que así, sólo necesito a una.



viernes, 16 de mayo de 2014

Hacia ninguna parte.

Esta noche, mientras estaba agachada intentando descandar la bicicleta de una de esas barandillas metálicas que siempre están abarrotadas de cadenas, un borracho se ha acercado a mí. No ha protestado contra el gobierno, ni ha jurado que él y yo éramos hermanos. No ha blasfemado ni ha insinuado ninguna proposición indecente, no ha dejado caer ningún comentario soez ni ha tocado ninguno de los innumerables temas de la beodez universal. Era un borracho extraño. Borracho, sí, pero tenía un brillo especial en sus ojos. Se ha quedado parado mirándome, me ha tomado de un brazo, y casi apoyándose sobre mi hombro izquierdo me ha susurrado: "¿Sabes lo que te pasa? Que no vas a ninguna parte." Un hombre de aspecto risueño que pasaba junto a nosotros en ese momento me ha dirigido una mirada cargada de una conmovedora dosis de compasión, deteniéndose unos instantes hasta comprobar que el borracho se incorporaba de nuevo y continuaba con su camino, impasible, alejándose de mi. Pero hace  cuatro horas que estoy intranquila. Como si realmente no fuese a ninguna parte, y hasta este preciso momento, no hubiese tenido tiempo ni para darme cuenta.



martes, 13 de mayo de 2014

No crezcas, es una trampa.

La semana pasada nos pidieron en clase de ingles escribir una redacción sobre nuestra infancia. Como siempre a última hora, y como siempre, primero en español, que suena mejor, ya habrá tiempo de traducir después…Cuando era pequeña quería tener una casita de madera en un árbol. Dormía abrazada a una segunda almohada porque era incapaz de elegir un peluche sin que me dieran pena los demás. Me enfadaba en silencio con mis profesores cuando no me dejaban usar uno de esos bolígrafos que se borran, porque al ser zurda arrastraba la tinta con la mano y luego no había quien distinguiera lo que había escrito. Cuando jugaba al escondite me llevaba folios y un estuche de pinturas para no aburrirme mientras intentaban encontrarme. Me gustaba quedarme en la bañera hasta que me salían arrugas en los dedos, aunque luego me daba miedo que no se marcharan, que se me quedaran las yemas a rallas para siempre. Me gustaba que mi padre me llevara en hombros, pero luego nunca quería bajar porque sentía ese incómodo hormigueo en las piernas. Me hacía la dormida en el sofá para que me llevaran en brazos, y por las mañanas me encantaba que de vez en cuando me dejaran desayunar en la cama. Miraba las nubes y mientras las veía moverse me imaginaba que había otro mundo allí arriba, lleno de príncipes y de dragones. Era la más bajita con diferencia de mi clase, y de mi equipo de baloncesto, pero mi madre siempre me decía: "No te preocupes, Raquel. Ya crecerás." Me daba miedo apagar la luz. Apagar la luz y no ver nada. Cuando era pequeña quería ser mayor, para poder hacer todas esas cosas que los mayores hacían. Mi madre llevaba razón. He crecido. Y ahora que soy mayor, me he dado cuenta de que convertirse definitivamente en adulto es lo peor que les puede pasar a muchas personas. Sigo sin borrar nada de lo que escribo y a veces lleno hojas de dibujos sin darme cuenta. Sigo teniendo miedo a la oscuridad, y a veces sueño con príncipes de los que te llevan a la cama en brazos y te traen el desayuno por las mañanas…de manera diferente, claro. Pero muchos días de esos en los que uno se levanta y hace, piensa y siente cosas de mayores, no puedo evitar cerrar los ojos con fuerza, y esperar, al abrirlos de nuevo, despertar siendo otra vez pequeña.

lunes, 12 de mayo de 2014

Tinta de Domingo.

Qué manía tenemos los seres humanos con poner etiquetas a las cosas. Con elegir entre blanco o negro sin hacer caso a los grises, con dejarnos llevar por la cabeza y no por lo que nos pide el cuerpo y el alma. Con decir NO con las palabras y SÍ con las miradas. Con adelantar conversaciones que no tienen sentido si no es el momento de tenerlas, para arrepentirnos después por aquello de que las cosas ya no parecen ser como eran antes. Que yo sé que hay gestos, y que hay sonrisas, que están por encima de cualquier carencia explicativa, que vivimos en una sociedad en la que se pierde entre pantallas el valor de una mirada. Que siempre deberíamos sacar tiempo para una cerveza o un café si nos apetece ver a otra persona, y no dejar en manos del tiempo y la distancia asuntos que pueden merecer la pena. Que deberíamos hablarnos menos, y demostrarnos más. Hablarnos menos, y sentirnos más. Y que venga el mayor experto en lenguaje, que venga a decirme cuántas palabras hacen falta para superar la riqueza de significado de un beso o de un abrazo. Que hay silencios que son necesarios, y otros que acumulados no sirven sino para lamentarse en el futuro de la impotencia que uno siente ante el "qué tendrá ese, o esa, que no tenga yo. Qué le dará ese, o esa, que no le pueda dar yo". El principal problema que tenemos, es que no sabemos distinguirlos.



sábado, 10 de mayo de 2014

Perversiones Catastróficas.

La observo mientras arruga desinteresadamente el envoltorio de un paquete de chicles entre sus manos. Sus manos, llenas de venas. De pronto se queda quieta. Sé que espera que diga "Vamos a movernos", y sea para acercarnos más. Pero creo que voy a hacer un esfuerzo por mantenerme aquí sentado, aunque eso suponga correr el riesgo de perderla. Desvío mi mirada hacia un punto muerto de la mesa. Si supiera canalizar el miedo y reconvertirlo en valentía ya la estaría abrazando desde ayer…pero a veces parece tan fría y cerebral que hasta me cuesta entender qué coño hace a mi lado hoy, aquí, tomando una cerveza. Mejor así, no me complico. A duras penas recuerdo la primera vez que la vi, borracho, junto a aquella barra de bar entre chapas, copas y botellas. Por aquel entonces todo era más fácil, aún no sabía que se trataba de ese tipo de chicas que cuando la conoces da sentido a esa sensación de quedarse mirándola desde un coche mientras camina por las aceras, al tiempo que todos los relojes del mundo se detienen y los semáforos se tiñen de rojo para nosotros y sólo de verde para ella. Aún no sabía de qué color era su sonrisa ni cómo sonaba su voz, pero os juro que si ahora ella insistiera en ese "Vamos a movernos" creo que no podría negarme. Sigo en mi punto muerto, no me atrevo a mirarla. Y es que hay momentos, cuando me mira, en los que puede atravesar mi alma y exponer mi desnudez a su mirada. Y aunque disimule bien por fuera, por dentro tiemblo. Quizás valga la pena pasar frío para que ambos nos demos cuenta de que lo estamos haciendo mal. Así somos, los seres humanos. Tenemos miedo a sentir, y es normal. Pero si no nos arriesgamos acabará por temblarnos el pulso más de la cuenta, y por romperse todo en mil pedazos. Y así, rotos, vagabundearemos por las noches buscando en el sexo una triste caricia que nos haga recordar que la profundidad de un cuerpo no está a la altura de la de un alma, intentando que alguien se apiade de nosotros, y nos abrace a trocitos en medio de tanto desequilibrio. Volvamos a empezar desde el principio, anda. Aparto sin querer mi mirada del punto muerto, y se cruza con la suya. Por qué no aprenderá a leer mis labios cuando no se mueven, y sólo la quieren besar. Que aprenda a  hacerlo, y no piense en nada más, sin anestesia, sin etiquetas, que ya vendrá después lo que tenga que venir. La miro, y otra vez esa sensación de cuando queremos hacer algo para lo que no tenemos suficientes cojones.  En el fondo sé que está en mis manos no llegar a ese punto de arrepentimiento en el que no me quede otra que pensar en el "qué tendrá ese tipo, que no tenga yo". Puede que todo esto no tenga ningún sentido, pero a estas alturas me da igual: Vamos a movernos.







miércoles, 7 de mayo de 2014

247 días conmigo misma.

Yo sé que a veces piensas que la vida no es más que un decorado donde no sirven champán mas que los fines de semana. Que últimamente a tu lado sólo ves relojes inservibles, horas que se rompen como las copas y las botellas sobre las barras de los bares. Pero la vida es más que un puñado de nudos sin deshacer, es más que una mujer que se abre de piernas cuando la tratas bien o que un hombre de esos que sólo dicen palabras bonitas a partir de las dos de la mañana. No puedes esperar a que sea el resto quien venga a ti como acostumbras, porque hay ciertos trenes que no van a esperarte siempre y otros que ni si quiera pasan por donde tu esperas, y tienes que encontrar la parada caminando. Sería buena idea buscar una escoba de palabras para barrerse por la noche el corazón, cuando aúllan los lobos de la melancolía y te acomodas en tu propio desequilibrio. Tal vez baste con volver a buscar aquello que decides no encontrar por miedo a sentir. Que no hay peor regalo que prohibirse la alegría y sumarse al coro de los que huyen de aquello que desean. Sería bueno escapar de la autodestrucción por decreto y volverse permeable alguna tarde, por si llueven cosas buenas en alguna parte. Que yo sé que la vida nos tiene reservados cien veranos a la vuelta de la esquina, canciones que ya no hablarán sólo de ti, noches que durarán un año porque pasarás esos doce meses restantes abrazada al cuerpo que esperas. Sé que en algún momento se va a desplomar un cielo azul sobre tu casa y serás capaz de ver lo que no ves: Que aquí afuera hay personas que quieren dejar de ver a la niña que se araña cuando no la miran. Que yo sé que sólo te hace falta conocerte y perdonarte no haberte conocido mejor cuando te culpabas por todo. Que yo sé que el camino hacia una misma es el único que después del esfuerzo que supone deja las suelas menos desgastadas, y que en ese camino se da con una soledad que no es vista como una guillotina. Una soledad que romperás cuando tú quieras, porque tú quieras, porque así te lo pida el alma. No tengo ninguna duda. Sé que así sucederá. Y que para que pase todo esto sólo hace falta una cosa: Que tú también lo sepas.


viernes, 2 de mayo de 2014

Vísteme de inspiración, que sin Ella, estoy desnuda.



De vez en cuando le hago caso a Neruda, y pienso en hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos. Tocar tu boca, posar mis labios sobre ella y dibujarla como si no la conociera. Tu boca y todo lo demás. No creo que tenga mucho sentido, pero qué importa. Hace frío, y me apeteces. También cuando no hace frío, aunque no siempre. Me apeteces a destiempo, incluso cuando no pienso en ti, pero suenas de fondo, como esa melodía que uno tararea sin querer en silencio dentro de su cabeza. Y es que suenan cantos de sirenas cuando te ríes, y yo me dejo arrastrar por el deseo de querer tenerte entre mis brazos, aunque sea un rato. No sé oponer resistencia si te acercas porque la atracción es de las que te hace pensar en ese "ojalá fueras tú, y no el sol, el centro del universo"…O de mi cama, más bien, para qué andar con sutilezas a estas alturas, así como todas esas respuestas incoherentes que repentinamente evitan que me haga preguntas, o esas ganas de tenerte y la necesidad de apartarme al mismo tiempo. Y yo soy feliz, sin saber cómo, pero qué importa. Qué importa, si me apeteces. Detesto las etiquetas que estropean las cosas que empiezan sin parecer el comienzo de nada, no lo puedo evitar. Y me alejé de allí sin irme en un sueño auto-fabricado, donde te hice el amor en algún sitio al que algunas veces vuelvo. A veces vuelvo, sí, a tu cuerpo desnudo junto al mar, a tu media sonrisa, a tu piel morena y suave, a las olas que suenan contra las rocas en la bahía de La Concha y a un día que muere, atardeciendo. Como hoy. Y aunque no tenga ningún sentido es ahí, recostada en tu pecho, donde por momentos me apeteces, donde por momentos me siento viva…donde por momentos, encuentro paz.