Todos los lunes, a las 7:30 de la mañana, escucho cómo se va. Tampoco es que haga mucho ruido, pero lo suficiente como para saber que es él. Y todos los lunes me quedo tirada en la cama, escuchando su voz despidiéndose de mi madre, la puerta de casa al cerrarse, y el sonido del ascensor. Volverá en cinco días, como todas las semanas, él siempre vuelve, siempre. Pero aún así soy incapaz de levantarme y salir a decirle "adiós", o más bien, "hasta pronto". Nunca me han gustado las despedidas, y lo cierto es que le echo de menos cuando no está. La casa está triste cuando él falta, como vacía, aunque nunca haya sido de parar mucho por aquí, ni yo tampoco, pero lo siento, lo noto, no me gusta su ausencia, no sé. Parecerá una tontería, pero es curioso el poco espacio que ocupa cuando está aquí...y el hueco tan grande que deja cuando se va.
Últimamente sé cómo explicarme pero no sé cómo entenderme. Me siento un poco desastre con las personas, y es irónico, porque escribo cosas y la gente se reconoce en ellas, pero creo que hay una gran diferencia entre entender algo y que se te de bien, entre escribir lo que sientes y sentir lo que escribes...Entre sentir sin pensar, o pensar sin sentir. No sé. Somos raros, los seres humanos. Crecemos con la sensación de que nuestra cama es una traje que nos viene demasiado grande, de que los domingos son aburridos sin alguien, de que las noches son muy largas y hay demasiadas estrellas para contarlas solos. Cuando llega la rutina de nuevo se nos acumulan las excusas para irnos a dormir muy tarde y despertarnos sin ganas de luchar contra el mundo. Será que ya no sabemos hacer las cosas bien, ni estar no sólo cuando queremos sino también cuando nos necesitamos, ni decir "te quiero" cuando hay que decir "te quiero" y decir "hasta pronto" cuando hay que decir "adiós", o al revés. Será todo eso acumulado y multiplicado por el hecho de que hace mucho que no sabemos restarle soledad a las horas, que se han acostumbrado a pasar sin que nos demos cuenta. Esperamos cualquier gesto que nos saque de la monotonía. Una llamada de las de para nada en concreto, un mensaje de WhatsApp que nos robe una sonrisa, o a alguien que nos abrace sin pedirnos explicaciones. Qué ironía que haya tanta gente a nuestro alrededor y que no nos valga cualquiera, que a ratos nos sintamos tan solos. ¿Cuándo se darán cuenta el agobio y la desgana de que no nos hacen falta? Supongo que les veremos morir alguna de estas tardes de otoño, y sonará como si alguien hubiese pisado todas las hojas secas del mundo. Sonará como un "crac", y no sé qué pasará entonces. Pero sé que siempre hay quien de repente consigue dar color a la rutina y despejarse de la ecuación del mundo. Diferenciarse. Eclipsar la miel de mis ojos, que cuando le vean sonrían. Y en esos momentos nadie sabría decir si el sol está en el centro de la galaxia o son sus andares los que lo atraen todo con la fuerza de la gravedad que desprende cuando camina. Nadie.