No me gustan los espacios cerrados. Ni los tiempos, ni las velocidades, ni nada que tenga que ver con el límite o el sentido. La imaginación y el libre albedrío, ese es mi cerco, ahí es donde me muevo y me siento a gusto, tranquila, segura de mi misma y de lo que me rodea. Soy más de espacios abiertos, de ideas infinitas, de esas que empiezan y nunca se terminan porque en realidad nunca empezaron, simplemente existen, están ahí, y con eso basta. Me asusta dar pasos en falso y me aterra pensar que en alguno de ellos no habrá superficie firme debajo de mis zapatos, que caeré en el vacío más inmenso y me perderé en el abismo de las dudas. A veces hasta retrocedo por miedo a avanzar mal, y luego me arrepiento y me digo a mí misma que me he comportado como una cobarde...aunque ya sea tarde. Me atrae la inteligencia. Me atrae una cara y un cuerpo cuando detrás hay una mente que merece la pena conocer. Hombre o mujer, eso da igual, es lo de menos. Me encanta la creatividad que generan ciertas personas de manera natural, esas que desprenden un brillo especial, diferente, dejando una estela de luz allá por donde van. Esas que tienen capas y capas que vas descubriendo poco a poco sin estar segura de querer llegar al fondo del asunto. Pero nunca llegas, siempre te sorprenden con ideas nuevas, atractivas, imperfectamente perfectas. Confío en los guapos con miga, esos que detrás de un caradura con sonrisa de revista esconden un alma...jodidamente retorcida, a veces, pero alma al fin y al cabo, que es lo que vale. La sencillez de lo complejo en sí mismo, lo íntegro, lo ingenioso, lo auténtico, eso es lo que merece la pena, ahí es donde se encuentra inspiración para crear, para escribir generalmente, en mi caso. Las palabras vienen a mí cabeza como si supiera perfectamente qué es lo que tengo que hacer con ellas, pero aquí entre nosotros no hace falta engañarse. Lo reconozco, no tengo ni idea. Las ordeno como puedo, como ellas quieren y me dejan. Las palabras son así de imprevisibles, llegan sin avisar, y más vale que dejes lo que estés haciendo en ese momento si realmente te interesan, porque no suelen volver por segunda vez, o al menos no cuando tu quieres que lo hagan. Pero hay una cosa que tengo clara: El mérito no es mío. Es de ellas.
Mientras las desigualdades sociales alcanzan límites nunca imaginados. Mientras el desempleo supera cifras nunca conocidas, ni siquiera conjeturadas. Mientras las clases trabajadoras pierden uno tras otro derechos que ha costado décadas conseguir tras esfuerzos inenarrables. En este momento, en el que el país ha sido intervenido de facto, viendo mermada su supuesta soberanía y destrozada su democracia, y su ya demediado Estado de bienestar es arrojado al basurero de los trastes inútiles e ineficaces de la Historia, en este mismo momento, una desalmada y antihumanista cosmovisión neoliberal vestida con sus mejores galas, se pone sus botas de mando, corrupción y desvergüenza, y tijera en mano se dispone a "des-reformar", una vez más. LOMCE, la llaman. Una ley con nombre de lo que debería de ser, pero no es. Una ley que desprecia y olvida al profesorado, que se basa en postulados ideológicos en lugar de en necesidades educativas. ¿Una Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa, dicen? Seamos realistas, bajen aquí, pasen, y vean: Hay niños que pasan hambre en los centros escolares, adolescentes desatendidos, familias que no pueden pagar los libros, ni el comedor, ni las excursiones. Es indignante, arcaico y deplorable ponerle a un padre en la cruel tesitura de elegir cuál de sus hijos podrá permitirse el día de mañana ir a la universidad. Quieren subirnos en un DeLorean, como hizo Noe con su arca, y devolvernos a la España de los años 50, recuperando itinerarios segregadores y clasistas. Los dueños de las grandes fortunas de este país de impiedad y desvergüenza, están descorchando sus botellas de champagne día tras día, mientras ríen satisfechos por su poder inconmensurable. No nos engañemos, están pintando la Educación con ceras blandas que en cuanto llueva se pudrirán. Que aquí no hay pinturas, no hay colores, que no es cuestión ni de rojos, ni de grises, sino de decencia o indecencia, depravación o transparencia, dejemos ya para los cuentos los espejismos y mutaciones, y si de todas formas lo vais a hacer mal, por lo menos, por principios, por integridad, por lo que sea, llamemos a las cosas por su nombre.